Hace mucho tiempo, una mujer decidió tomar las riendas de su vida. Y con este propósito salió de su hogar maleta en la mano y caminó, hasta encontrar una zona totalmente solitaria en la que sintió que debía encontrarse su nuevo hogar.
Abrió su maleta y saco un par de mantas, que con unos cuantos palos se convirtieron en la tienda de campaña perfecta en la que pasó un par de semanas. Pero, despertó una mañana y se dio cuenta de que no podía seguir allí, que esa vida no era la correcta, y en ese mismo momento comenzó a construir un verdadero hogar.
Primero construyo los cimientos, unos cimientos de madera nueva que compró al carpintero de la zona, cuando eso estuvo echo decidió hacer paredes sobre esos cimientos, y una vez que las paredes estuvieron hechas pensó que estaría bien ponerle un tejado. Cuando estuvo acabada salio por la puerta para contemplar el trabajo de sus años de dedicación, y entonces se dio cuenta de que le faltaba algo.
Lijó las maderas, puso marcos a las ventanas, cortinas y amueblo el interior, dio una capa de barniz a la casa y la pintó de un rosa apagado, de nuevo, salio de casa para contemplar su obra, y se dio cuenta de que aún le faltaba algo. Esta vez pensó en el jardín y colocó un camino hasta la puerta, compro cescep y unas cuantas macetas, y en uno de los arboles junto a la casa colgó un columpio y tras otro duro año adornando el jardín contempló su obra y se dijo que ya estaba acabada, pero al entrar dentro de la casa se sintió fría y se dio cuenta de que todo ese trabajo había sido inútil porque, aunque había conseguido emprender su vida lejos de su antiguo hogar, había hecho aquello que toda persona digna de vivir en sociedad hacía.
Miró su obra por última vez, agarro su maleta, sus ahorros y volvió a emprender su camino pero esta vez, sin tropezar en el mismo error.