Ella no quería coger la colcha cálida e individual que había montado con los retales de su vida y coserla a la colcha de otra persona.
Ella no quiso sentir que necesitaba alguien a su lado. Era feliz disfrutando de su libertad.
Ella no quiso encerrarse en casa a esperar que otra persona llegara, ella quería no sentirse culpable si volvía a casa tras días de fiesta y había olvidado dar señales de vida.
No quería esperar a nadie y, tampoco quería que nadie la esperara.
Pero.
Ella no contaba con que nuestros gustos cambian y con ello nuestros deseos porque, no lo conocemos todo y, por esa razón en ocasiones aquello que nunca habíamos deseado se convierte en una realidad con la que nos encanta vivir.
Y cosió su colcha a una más grande para que cubriera los sueños de ambos.
Y tuvo a alguien a su lado, pero solo eso, solo era una posición, no un encierro.
Y vivió tranquila, y pasaron días y no supieron el uno del otro y cuando volvieron a rozarse. Todo era perfecto.
Ella no esperaba a nadie y nadie la esperaba pero, por arte de magia ellos se cruzaban
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