Llegando a la nada


Se dieron la mano, se miraron y sonrieron.

Como aquella vez que el mundo creyó que los grandes tabús de la humanidad se habían eliminado. Esa sonrisa acompañada de una mirada de esperanza. Esa sonrisa que grita "¡POR FIN!". Esa sonrisa que se engrasa en las lágrimas de todos los intentos que fueron fallidos.

Subieron muy rápido las escaleras hasta llegar a aquella enorme ventana. 

Como sus corazones, frenéticos ante aquel enorme árbol que, siempre espera al murmullo de una guitarra romántica o un arpa rasgada para mover suavemente una de sus ligeras ramas. Que espera a lo agresivo de un piano español o una caja marcando una marcha para sacudir rápidamente a todos los pajarillos que cómodos descansaban a esa hora en la que las nubes se almidonan de naranja espuma.

Todo se llenó de cristales y echaron a volar.

Como aquella primera golondrina de la primavera que desde lo más alto de aquella cornisa se dejó caer con los ojos cerrados, las alas abiertas y el corazón a punto de estallar. Pero sintió una suave brisa en las plumas y, es que, antes si quiera de poder abrir los ojos ya había alzado el vuelo.

Las sonrisas fugaces
te harán volar

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