El viento se paró de repente y con él las hojas de ese árbol.
Allí, en aquella sala tan solo resonaba una guitarra, un vals renqueante y tímido.
La timidez desapareció y en la oscuridad de la incertidumbre aparecieron unos muñequitos bailando como si les hubieran dado cuerda.
De repente el viento volvió y fue moviendo poco a poco una a una las hojas de aquel sauce.
La guitarra calló, los muñecos se desvanecieron.
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